Después de horas, días, semanas, meses de volver a otro intento por dar vida a una nueva personita… lo consigues, pero… la ilusión completa te dura hasta el día que toca hacer el primer control confirmatorio y, te dan la noticia, otra vez, de que junto al embrión hay un hematoma. Y es que ya van dos, y el primero no tuvo final feliz, por lo que irremediablemente vuelves a revivir aquellos días en los que la espera, el reposo absoluto en casa, los nervios y esperanza porque se pudiera absorber sin problemas, inundan tus emociones, un tanto a flor de piel por la sobrecarga de progesterona.
Y es que si a la noticia de ser precavidos, le añades un estado gripal que te envuelve por completo, y que en dos días deriva a una sinusitis que sólo puedes afrontar a base de ingerir mucha agua, hacer baos, inhalando Rhinomer, y sonándote cada 5 minutos para ir vaciando tus fosas nasales, aunque dé la impresión de que también marcha parte de tu cerebro… la energía vital que has ido acumulando y cuidando a base de practicar e interiorizar con el yoga, se diluye más rápidamente de lo que por desgracia, lo hace tu mucosidad.
Tres semanas después parece que dicho reposo ha ayudado a que las pérdidas no fueran alarmantes o motivo de acudir a urgencias, pero la espera continúa… y continúan con ella las horas de lectura, de teletrabajo, de los primeros intentos de empezar con la nueva afición de pintura en acrílico… todo ello para intentar centrarte en el presente sin caer en la cuenta de adelantarte a posibles acontecimientos. Mucho mantra, mucho prana, y mucho realismo para valorar lo que tienes, y lo que has tenido que luchar para conseguir.
Pensamientos positivos centrados en el presente, ejercicios de visualización que te acercan a lo que deseas, pero al fin y al cabo… toca volver a esperar. El tiempo acaba dando siempre las respuestas que a veces te afanas por saber cuando todavía no deben llegar.
Y… toca… volver… a esperar.
Namasté